Náuseas petrificadas en la garganta.
Piedras negras en el pecho.
Líquidos diuréticos envenenados.
Ansia de vida.
Sed de muerte.
Angustia.
Desidia y abandono.
Ácido amargo del paladar.
Tos. Gris bilis. Ojos rojos.
Hay quien se sabe muerto y elige su mejor traje,
y hay quien se arrastra sangrante hacia ningún sol naciente,
hacia el mismo puerto.
Y ningún alma emerge de ningún cuerpo,
muere en en la misma foto,
en el mismo y preciso instante, en el mismo encuentro,
en el retrato último e inmortal del hombre yerto.
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