martes, 4 de julio de 2017

Y por el camino encontré siete angeles blancos, como siete estrellas, mientras conversaba sobre nada con mi sombra, y me olvidé de ella, la perdí de vista, de oído, la perdí del todo. Mis pupilas se abrían en lugar de cerrarse a su luz, que no era de Sol sino de Luna, y quizá por eso la nostalgia, el dolor con el placer mezclado, la marea en el pecho, el mareo en el alma. Las miré tanto como pude, intentando absorber sus tonos, sellar el cuadro en mi memoria, como siempre, esfuerzo en la paz del milagro, tensión mental en el momento sensible. Renuncia de la contemplación por una pretensión errática de eternidad malentendida. Perderse el regalo, ¿para qué? Apenas una imagen fantasma ahora, un reflejo de agua turbia. Una pintura pobre, hecha de ambición y anhelo, que se perderá mañana.

Iluminas los perfiles de esta casa ajena, geometría oculta, mientras otras matemáticas se resuelven aún a oscuras. La química injusta pero consecuente con la historia, como siempre, eleva a unos mientras ahoga a otros en sus propias fórmulas. No veo el fondo pero tampoco el cielo, sólo noto el peso y tu infinito mar de notas invisibles acariciándolo en vertical. Si tanta tinta es necesaria para paliar la oscura bilis, de negro a negro, al menos que sirva de algo. Que salga al menos algo valioso de estas lágrimas negras, que son las únicas que tengo. La lluvia no ayuda a refrescar mis dudas si quiero pasearlas. Sabe húmeda la lluvia, y ni siquiera me toca. Sabe húmeda su imagen. La noche se encargó de encajar las piezas;
yo me quedé fuera.

Qué luz me traes
amanecer,
qué luz pretendes.
Aquí todavía es
de noche
y ni siquiera la hubo.
No intentes levantarme,
me pesan hasta los párpados.
No intentes moverme.

Como contrariedad efímera
rozan tangencialmente tu mente
el amor y el pesar de mi pecho,
apenas una rozadura,
brisa de hoja seca
que se sacude con un gesto.
Indiferencia y normalidad fingida.
Sigue tu camino sin mí
mujer de orgullo de cerámica,
¡qué importan
mi amor y mi pena!
Qué es mi cariño hacia ti
sino un refresco
intermedio fugaz
entretenimiento provisional
juguete de navidad,
abandonado,
veinticinco de enero.

Tu habitación
no se ya ni a qué sabe.
A disgusto,
a rechazo,
a morada extraña.
No tengo poder entre estas paredes;
mi magia se esfuma
mis manos mueren
mis labios se secan.
Entro sin permiso y la piel me sangra
en un sudor lento de ilusiones.
Salgo de ella
más vacío de lo que entré,
más seco y más húmedo,
aún con tu perfume
y aún más triste que sin él.

Qué quieres de mí, fruto incomprensible.
Me coges, me besas y me abrazas
y en mi pecho te refugias
de no sé qué soledad,
no sé que miedos,
porque me callas.
Me callas y me dejas
al amparo de tu engranaje
en el páramo de tu lenguaje incógnita,
fruto inapelable.
Y yo, acostumbrado a hablar
también callo
y en tu abrazo miro no sé adonde,
a algún punto en el aire que quizá,
por el roce con tu aroma,
sepa explicarme tu esencia.
Pero nada ocurre,
sólo tu abrazo
caliente y mudo,
y mi abrazo ciego.
Entonces me distancio.
Acudo a ti,
mi vereda escondida,
víctima y cómplice
a confesarte
-y descargar-
mis dudas,
tu incógnita.
Y en la distancia,
sumido mi interés en el sueño reflexivo,
caída mi pasión en el pozo del cinismo,
ingrávido,
vienes,
y en tu vuelta me traes
los besos que no me diste
y mi cabeza contra tu pecho
y de nuevo en ti mi interés y mis brazos,
fruto ineludible.
Pero aún dudo,
me saben a disculpa tus besos
a condescendencia y a lástima.
Mi pasión se realza,
pero no tan alto;
mi cinismo recae,
pero no tan bajo.
Incógnita mía
que me hablas
en un lenguaje que desconozco,
que me buscas y me separas
me deseas y me rechazas,
¡qué quieres de mí y por qué!
Sólo a tu respuesta sabré dar la mía,
mientras tanto seré
morador sin tierra
nómada entre lenguajes y países.
El país de tu abrazo.
El país de tu disgusto.
Seguiré vagando
y a cada caída,
al levantarme,
la pasión se recuperará un poco menos
y el cinismo caerá más alto.
Así, como la parábola que tiende a cero,
mientras no me respondas.

Objetividad

La objetividad es en todo caso sólo un estado de ánimo, y no de los mejores.

Laberinto

Puertas, puertas y más puertas, pasillos, esquinas y más pasillos, puertas, esquinas, pasillos. No hay más fin que la muerte, y la muerte es sólo otra puerta, marco negro. Pero antes de llegar a ella de la mano de mil hijos y nietos, y de darles la última palmada en la espalda antes de verlos perderse tras el negro cuadro y quedarte solo, ante él, sentado, esperando el crepúsculo, antes de ese fin y principio hay que atravesar muchas otras puertas, caminar por otros muchos pasillos llenos de muchas otras puertas que no cruzarás y tantas otras que ni recordarás haber mirado. Qué había tras ellas. Qué caprichosa es la suerte o la elección casi siempre a ciegas. Cuanto caminar y cuanto deshacer caminos en busca de puertas creadas por los sueños, que nunca están. Cuanto caminar. Pensabas que no cansaba el caminar pero mírate. Ni los sueños ni las largas pausas, letargos en calma, en silencio frente a las puertas. Ni los sueños ni los letargos, las piernas pesan y la luces llegan cada vez más tenues a las retinas. Las manos que acompañabas por tus pasillos te acompañan ahora, te sostienen, te asisten, te arrastran. Y tras los ruegos te dejan frente a la puerta negra. ¿Recuerdas la última que cruzaste? Sí, fue la última, aunque tú no lo supieras entonces. Ahora todos cruzan menos tú. Los ves perderse, y esperas frente al pasillo extraño sentado, forzando la vista cansada hasta que se apaga la última de las débiles luces, y te envuelve el marco.

Soñé otra vez con el niño de las preguntas. Nunca sé cómo responderle. Temo que si le dijera con honestidad lo que siento se echaría a llorar y sus lágrimas inundarían la habitación hasta ahogarme. Se viene abajo por momentos. Ojalá pudiera ayudarle, pero su sanación sería también su muerte.

Estoy en constante guerra con mis cimientos.
Todo lo que quiero es placer, amar y olvidar,
para volver a amar sin reconocer. 
No quiero recuerdos pasados que proyectan el futuro con sus deseos muertos.
No hay contradicción en el momento.
No quiero certezas, no quiero leyes. 
No quiero dioses ni reyes
si no son la Tierra.
No temo más realidad que la que me encierra. 
No quiero temer al tiempo que se escapa, 
la huella que se pierde;
no quiero temer al hombre que fui, al que viene.
No quiero temer al Hombre.
No quiero temer a la Mujer.
Quiero encontrarla
y desearla sin saber su nombre,
amarla sin saber quién es.
No quiero seguir buscándome en significantes vacíos,
miradas complejas que no sé leer. 
No quiero seguir tratando de comprenderme,
pensarme hacia dentro,
cavar lo negro;
Quiero Ser. 
Ser
y saber,
para saberme ser. 
No quiero números, datos.
No quiero información clasificada por estratos,
etiquetas, aspas y cruces.
Quiero lluvia.
Gotas de esencia de los saberes ocultos y ficticios
de conjuros oscuros y de luces. 
Saber fluyendo por mis cauces.
Quiero calor y placer,
piel sin dueño. 
Rozar, probar, oler.
Hacer gemir al angel y caer al sueño
para olviar
para morir, nacer
y de nuevo
Ser.

En el silencio

Hay espacios vacíos dentro del silencio que desafían al tiempo. Espacios donde todas las conjuras son posibles a la vez. Maquinaciones, aseveraciones, contradicciones. Sobretodo contradicciones. Qué conjuras tú entre tanta oscuridad, cobijo perfecto de la malicia, eterno reino de la duda. Qué enredos tejes en tamices imposibles e imperfectos, de inútiles colores y ningún fin. O sólo coser por coser, como yo, por crecer y crecer la tela, y pensar: cuánto me abrigará cuando la termine. Cómo cobijará mi pecho entonces, de todos esos asaltos, de todos esos embistes. Como guardará mi corazón de todos esos miedos negros y dudas rojas. Me dará el calor entonces de la verdad bordada, de la respuesta infinita y única que guarda en sí todas las respuestas; el calor de la Madre. Algún día acabaré de tejer mi refugio en ese espacio eterno, entre las sombras negras, en la oscuridad íntima y última donde se tejen todos los conjuros a la vez. Y ese día será el último y será la luz, sí, algún día será el último. Y tú sigue también tejiendo hacia dentro, conjura despacio tus tramas imposibles, construye tus ciudades y tus murallas, revístelas de oro y de plata, que destellen en la noche, guarnece a sus gentes y refuerza sus tropas, y no mires nunca hacia fuera, hasta el día que el tenue alba despierte y sientas gemir los hilos de la tierra. Ese día habrá sido mi último y con la verdad y la luz vestidas habré puesto camino inexorable hacia tus sombras.