martes, 4 de julio de 2017

Qué quieres de mí, fruto incomprensible.
Me coges, me besas y me abrazas
y en mi pecho te refugias
de no sé qué soledad,
no sé que miedos,
porque me callas.
Me callas y me dejas
al amparo de tu engranaje
en el páramo de tu lenguaje incógnita,
fruto inapelable.
Y yo, acostumbrado a hablar
también callo
y en tu abrazo miro no sé adonde,
a algún punto en el aire que quizá,
por el roce con tu aroma,
sepa explicarme tu esencia.
Pero nada ocurre,
sólo tu abrazo
caliente y mudo,
y mi abrazo ciego.
Entonces me distancio.
Acudo a ti,
mi vereda escondida,
víctima y cómplice
a confesarte
-y descargar-
mis dudas,
tu incógnita.
Y en la distancia,
sumido mi interés en el sueño reflexivo,
caída mi pasión en el pozo del cinismo,
ingrávido,
vienes,
y en tu vuelta me traes
los besos que no me diste
y mi cabeza contra tu pecho
y de nuevo en ti mi interés y mis brazos,
fruto ineludible.
Pero aún dudo,
me saben a disculpa tus besos
a condescendencia y a lástima.
Mi pasión se realza,
pero no tan alto;
mi cinismo recae,
pero no tan bajo.
Incógnita mía
que me hablas
en un lenguaje que desconozco,
que me buscas y me separas
me deseas y me rechazas,
¡qué quieres de mí y por qué!
Sólo a tu respuesta sabré dar la mía,
mientras tanto seré
morador sin tierra
nómada entre lenguajes y países.
El país de tu abrazo.
El país de tu disgusto.
Seguiré vagando
y a cada caída,
al levantarme,
la pasión se recuperará un poco menos
y el cinismo caerá más alto.
Así, como la parábola que tiende a cero,
mientras no me respondas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario