martes, 4 de julio de 2017

Laberinto

Puertas, puertas y más puertas, pasillos, esquinas y más pasillos, puertas, esquinas, pasillos. No hay más fin que la muerte, y la muerte es sólo otra puerta, marco negro. Pero antes de llegar a ella de la mano de mil hijos y nietos, y de darles la última palmada en la espalda antes de verlos perderse tras el negro cuadro y quedarte solo, ante él, sentado, esperando el crepúsculo, antes de ese fin y principio hay que atravesar muchas otras puertas, caminar por otros muchos pasillos llenos de muchas otras puertas que no cruzarás y tantas otras que ni recordarás haber mirado. Qué había tras ellas. Qué caprichosa es la suerte o la elección casi siempre a ciegas. Cuanto caminar y cuanto deshacer caminos en busca de puertas creadas por los sueños, que nunca están. Cuanto caminar. Pensabas que no cansaba el caminar pero mírate. Ni los sueños ni las largas pausas, letargos en calma, en silencio frente a las puertas. Ni los sueños ni los letargos, las piernas pesan y la luces llegan cada vez más tenues a las retinas. Las manos que acompañabas por tus pasillos te acompañan ahora, te sostienen, te asisten, te arrastran. Y tras los ruegos te dejan frente a la puerta negra. ¿Recuerdas la última que cruzaste? Sí, fue la última, aunque tú no lo supieras entonces. Ahora todos cruzan menos tú. Los ves perderse, y esperas frente al pasillo extraño sentado, forzando la vista cansada hasta que se apaga la última de las débiles luces, y te envuelve el marco.

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